Si es complicado viajar a la velocidad de la luz, ¿se puede alcanzar la mitad de su velocidad?

Para empezar, y poniendo un poco de contexto al título; viajar a la velocidad de la luz es teóricamente posible. Pero es algo muy complicado de realizar y con implicaciones muy serias para nosotros. No es tan sencillo como ir de pie en un avión en movimiento.
En el CERN, por ejemplo, gracias a 9.000 imanes superconductores pueden aceleran protones al 99,999991% de la velocidad de la luz, lo que equivaldría a 299.792,455 kilómetros por segundo. ¿Te imaginas dentro de un coche a esa velocidad?
En otras palabras; nada impide que se pueda viajar a la velocidad de la luz. Pero no estamos preparados para ello.
¿Y viajar a la mitad de su velocidad?
Bien, supongamos que tenemos un motor capaz de viajar a la mitad de la velocidad de la luz. Lo incorporamos en nuestra nave, preparamos el despegue, y le damos a ese botoncito rojo que pone “EJECT” para que nuestra nave alcance la velocidad deseada en un instante.
Lo primero de todo, al rozar con la atmósfera a esa velocidad se incendiaría la nave. Su superficie alcanzaría temperaturas muy superiores a la temperatura de la superficie del Sol y nos desintegraríamos vivos.
Pero probablemente no sea la desintegración lo que nos mate. Suponiendo que la nave aceleraría a su máxima velocidad en un instante, tu pasarías en ese instante de ser carne y huesos a un rico puré en todo el asiento. De hecho el asiento y toda la nave se convertiría en un disco plano, para luego incendiarse en la atmósfera. Todo pasaría tan rápido que ni nos daríamos cuenta de que nos morimos.
Lo que nos mataría se llama el principio de la equivalencia. La aceleración no se distingue de la gravedad, por lo tanto una aceleración enorme equivale a una gravedad enorme.
Para contextualizar; nuestro peso no es constante, si no que es relativo a tu masa en función de la gravedad. Alguien que pesa 70 kilos en la Tierra, en distintos niveles de gravedad podría pesar 20, 140 o incluso 700 kilos. Por supuesto esto se aplica a todo, incluido el cohete.
Pero bueno, menos mal que todo esto es una simulación. Realicemos una segunda prueba.
Supongamos que realizamos una aceleración progresiva; vamos despacio, salimos de la órbita, y hasta medio camino vamos acelerando hasta alcanzar la mitad de la velocidad de la luz.
He dicho hasta medio camino, ¿a medio camino de qué? Del objetivo que tengamos en mente. Si por ejemplo estamos realizando un viaje a Marte, a medio camino tendremos que empezar a frenar la nave. De lo contrario simplemente seguiríamos nuestro trayecto, rodearíamos Marte, y acabaríamos volviendo.
Tal como explicaba en el artículo sobre si podemos disparar una bala en el espacio, la velocidad es constante en el universo. ¿Y cómo podríamos frenar? Pues tendremos que orientar la nave en sentido opuesto y acelerar para que la velocidad se reduzca.
El verdadero problema
Sabemos que viajar a la velocidad de la luz es prácticamente posible, ya sea a media velocidad como al 99%.
Pero el verdadero problema es sencillamente técnico. Para impulsarse en el espacio hace falta expulsar materia en el sentido opuesto al que quieres moverte. Cuanto más rápido lanzas masa, menos cantidad necesitas.
El hándicap está en que para ir a la velocidad de la luz hace falta acelerar mucho, lo que equivale a mucha, mucha masa.
En otras palabras, no solo haría falta una cantidad ingente de materia para acelerar, también una monstruosidad de nave. Todo ello contando con los motores necesarios, transportar la carga extra, un sistema para acelerar y frenar realizando cálculos precisos… Y todo ello sin contar las innumerables pruebas de fiabilidad que se tendrían que hacer primero.
Sencillamente estamos hablando de una tecnología que no solo costaría cantidades desorbitadas de dinero, si no que además su creación sería extremadamente complicada de realizar.
Pero si algo hemos aprendido de empresas privadas como SpaceX o Rocket Lab; con persistencia y compromiso nada es imposible.

Este artículo ha sido publicado por un colaborador invitado.
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