Cómo funciona el horror en el cine, y por qué no lo estamos usando bien
Publicado por: Adrián Ruiz
En el cine de terror siempre se ha confundido el horror con los sobresaltos y los sustos, lo que comúnmente se conoce como “jump scares”; un recurso muy habitual del cine que consiste en un cambio visual repentino acompañada de un fuerte ruido, para asustarnos fácilmente.
Pero el horror no se trata de siniestros sonidos de chelo, ni apariciones súbitas que logran hacernos exaltar con un grito ahogado.
Producir miedo es fácil, pero el horror es más difícil.

La incertidumbre
En 1970, el filósofo Tzvetan Todorov publicaba el libro ‘Introduction à la littérature fantastique‘ en el que ahondaba sobre aspectos de la literatura fantástica. En él realizó un pequeño estudio basándose en las mejores novelas góticas del siglo XVIII y en los mejores relatos sobre fantasmas del siglo XIX. Todorov observó que un aspecto poco habitual en la ficción era imprescindible en el horror: la incertidumbre.
En otras palabras, para que una obra de horror fuera efectiva debía recrear en el lector un período de incertidumbre en el que vacilara o se cuestionara los eventos ocurridos en dicha obra. Esto se debe a que el horror es, a grandes rasgos, una separación entre lo real y la ficción.
En un ensayo publicado en 1927 por H.P. Lovecraft se describen rasgos similares como elementos clave del horror.
Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos y los demonios de los abismos exteriores.
H.P. Lovecraft, Supernatural Horror in Literature, 1927
Lo que hizo Todorov no fue más que resumir lo que Lovecraft definió en su ensayo. El horror no va de ofrecernos una realidad, sino de plantear preguntas que podrían o no resolverse al final.
Asimismo, Todorov también añade otras tres recetas necesarias para crear el horror perfecto:
- Una percepción real de los escenarios y los personajes, de manera que se puedan establecer las bases necesarias para luego introducir la incertidumbre.
- Los personajes de la historia también pueden experimentar la incertidumbre, aunque no es un recurso obligatorio.
- En el caso de que la historia sea una alegoría, el espectador no debe saberlo. Para que pueda producirse la incertidumbre es importante tomarse la historia literalmente.
También es un punto importante el período de incertidumbre, tanto de los personajes como del espectador. En el momento en que un personaje decida aceptar o rechazar una creencia, se rompe el hechizo y la incertidumbre desaparece. Aunque no por ello significa que el miedo en el espectador ya no sea posible.
Por ello es importante un equilibrio en ese período de incertidumbre, pero tampoco es sencillo de ejecutar. Generalmente suele emplearse de forma agresiva partiendo de un personaje totalmente escéptico, que pasando por un breve periodo de desconcierto finalmente termina por creer todo lo que está sucediendo.
A menudo no se logra una ejecución del horror perfecta pero no por desconocimiento de la incertidumbre, si no por un concepto equívoco de lo que es realmente. La incertidumbre no trata sobre conocimiento o no saber, sino sobre la ansiedad subyacente al hacernos cuestionar lo que estamos viendo.
La trampa de la neurociencia
Por lo general, cuando estamos concentrados viendo una película apagamos las regiones motoras de nuestro cerebro. En el cine de terror actual se aprovecha este aspecto para introducirnos mediante escenas impactantes estímulos tan fuertes que superan la inhibición de nuestro sistema.
Michael Grabowski, un profesor de comunicaciones del Manhattan College, nos lo explica en su libro ‘Neuroscience and Media: New Understandings and Representations‘.
Reaccionamos con tanta facilidad antes los “jump scares” porque la película pasa por alto nuestro estado de tranquilidad y se nutre de un instinto primario, que es reaccionar de inmediato para protegernos y advertir a los demás, sin tiempo para procesar qué es lo que nos ha asustado.

Durante décadas los cineastas han sabido plasmar en sus películas el miedo mediante el ingenio y el horror. Pero ahora la neurociencia moderna es capaz de mostrarnos lo que sucede en nuestro cerebro y gracias a ella se emplean técnicas nuevas, que, en lugar de buscar provocarnos incertidumbre, atacan directamente al objetivo: provocarnos miedo.
Aunque no deja de ser un recurso tramposo que se aleja de las bases originales del terror clásico. Además provoca un cuello de botella de importante: todas las películas de terror modernas recurren a la misma clase de “jump scares”, hasta el punto que nos volvemos inmunes ante esta clase de sustos.
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