Hablemos de ‘El violinista en el tejado’
Publicado por: Adrián Ruiz
Hace escasos días pasé unas agradables vacaciones en el centro histórico de Girona el cual está rodeado por enormes murallas de piedra, un enorme río, y una Catedral impresionante. Se trata de un lugar lleno de historia en cada una de sus estrechas y hermosas calles, y no es casualidad que allí se rodaran algunas de las escenas más importantes de ‘Juego de Tronos’ y películas galardonadas como ‘El Perfume’.
Pero no se solo trata de un lugar que guarda una estrecha relación con el mundo del cine, tanto nacional como internacional. Una de las historias con las que quedé más fascinado por el tour gironiense fue la de su pueblo judío; mientras que en Valencia y Barcelona lograron expulsarlos a todos, en Girona sobrevivieron una media de 100, no sin perder primero todas sus riquezas.
Se trata por supuesto de una historia sorprendente si se cuenta al detalle pero no es lo que ocupa hoy aquí. Al termino de mis vacaciones mi pareja, aficionada más que nadie a los musicales y el McDonal’s, me hizo una propuesta interesante; pedir unas hamburguesas a domicilio y ver ‘El violinista en el tejado’, una maravillosa película de culto sobre las tradiciones del pueblo judío, estrenada en 1971.
Tradición y éxodo
Que sirva como advertencia; ‘El violinista en el tejado’ es densa, larga, y sus más de tres horas de duración pueden antojarse demasiado para algunos. Aún así no estamos ante un musical típico de la actualidad, si no más bien uno de corte clasicista.

La película arranca, como no, con una canción que nos presenta de manera casi entrañable a nuestro protagonista principal, quien rompiendo la cuarta pared nos habla sobre lo más importante de su pueblo; las tradiciones. Y es que básicamente toda la película gira en torno a ese tema, tanto en la importancia sobre la conservación de las tradiciones como de la necesidad de evolucionar y romper con ellas.
Pero antes de ahondar en temas espinosos hablemos del aspecto más fundamental de la película; su música. En este aspecto al tratarse de una película que bebe de un musical de Broadway de mismo nombre, el nivel de la banda sonora está lejos de ser simplemente básico, estamos ante un musical de verdad con todas las letras y probablemente uno de los mejores de su época, ya no del en general.
La película nos transporta a una ficticia aldea ucraniana llamada Anavetka en pleno 1905, donde conviven varios grupos sociales, mayormente judíos y ortodoxos. Conoceremos a Teyve, el lechero del pueblo y al que todo el mundo guarda un profundo respeto. A lo largo de la película Teyve rompe la cuarta pared para hablar ya sea con nosotros como con Dios para cuestionar la desdicha que le ha tocado; pobreza, un caballo cojo, cinco hijas y ni un solo varón.

Pero lejos de parecer un drama agridulce, ‘El violinista en el tejado’ es más bien una comedia, aunque amarga. No tardaremos en empatizar con Teyve pero sobretodo en ver gracia en él. Mediante clave de humor y música iremos conociendo su desgracia, así como la evolución de su dilema interno, pero sobretodo su evolución como persona y padre.
Teyve por supuesto no es el único personaje que conoceremos pero a efectos prácticos toda la historia trasciende a través de su vivencia. El planteamiento moral de las tradiciones y la evolución social no es el único problema con el que deberá lidiar el humilde lechero, sino también con el éxodo, la persecución de su pueblo, y la situación sociopolítica en la que se encuentran. ‘El violinista en el tejado’, siendo mucho más que un excelente musical y con un fuerte valor narrativo sobre las tradiciones, pone en contraste una realidad histórica a veces ignorada; la persecución racial.
Naturalidad humana
‘El violinista en el tejado’ tiene algo que hoy en día ya no estila ni se ve mucho en el cine contemporáneo, y ese algo me recuerda bastante a películas como ‘El Padrino’. Todo su reparto es fantástico y desprende un talento espectacular, pero lo más maravilloso es la naturalidad en sus actuaciones. Hay familiaridad en ellos y poca intención de “comerse la pantalla”, lo cual al final acaba logrando que hasta se salgan de ella.

Probablemente el reparto más joven tienda a sobreactuar un poco, pero los más mayores, especialmente Chaim Topol (Teyve), logran que nos creamos sus personajes al completo. Destaca especialmente que la gran mayoría del reparto (o probablemente todo) es de origen hebreo.
Una de las escenas más maravillosas de toda la cinta, sin entrar en spoilers, se da en una fiesta que sucede a una tradicional boda judía. El despliegue de bailes, la música, todo el mundo celebrándolo, siempre siendo fiel a la tradición original, da lugar a una de las mejores partes de toda la película, donde todo es tan natural y real que parece un video casero, pero un video casero de calidad. El símil con ‘El Padrino’ lineas atrás no es baladí, al comienzo de la primera entrega de los Corleone vemos exactamente lo mismo; una boda de lo más familiar, clásica y europea.

A lo largo del resto de la cinta se dan más situaciones parecidas; vemos el Sabbath, la unión de un pueblo pequeño donde todo es noticia, el debate político y el menosprecio como respuesta, la ignorancia por incultura, las rencillas personales por cuestiones de orgullo… En definitiva, es una película que desprende cualidades humanas por todos los costados, y es fácil sentirse identificado o mínimo simpatizar independientemente de las creencias de cada uno. No se trata de película de religiosa ni tampoco un drama sobre el pueblo judío, pero si contiene mensajes potentes sobre ambos temas.
Si te gustan los musicales es una opción indispensable en tu lista de visionado personal. Si por el contrario los musicales no son lo tuyo no te preocupes, la película no abusa de las canciones, suelen ser relativamente cortas, y en algunos casos se usan de manera inteligente como parte del diálogo, que ni nos daremos cuenta de que estaremos atentos de la conversación mientras movemos un poco los pies al ritmo de la banda sonora.
Y es que, la banda sonora de está película es magistral, todo hay que decirlo.
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